En el año 1935, Florentino Barrueto y Berta Vázquez decidieron iniciar una pequeña pero significativa actividad en la tranquila localidad de Quilaco, en la región del Biobío, Chile. Con la esperanza de asegurar un sustento económico para su creciente familia, incursionaron en el mundo de la apicultura. En aquel entonces, el trabajo era arduo y las herramientas eran simples, pero con paciencia y dedicación, comenzaron a domesticar las abejas, aprendiendo los ciclos de la naturaleza y el valioso arte de recolectar miel.
La apicultura no solo proveía los recursos necesarios para su vida diaria, sino que con el tiempo se convirtió en una tradición familiar. Florentino y Berta, con su visión y esfuerzo, fueron transmitiendo este conocimiento a sus hijos, inculcando valores de respeto por la naturaleza y el trabajo bien hecho. No era solo una tarea más, sino una labor impregnada de amor por la tierra, por las abejas y por las técnicas que habían aprendido a lo largo de los años.
A medida que pasaban las décadas, la apicultura se fue transformando en parte del legado cultural y familiar de los Barrueto. Las mismas manos que construyeron las primeras colmenas con madera local, ahora guiaban a las nuevas generaciones, mostrando los métodos tradicionales que aún se mantenían con orgullo. La familia no solo producía miel, sino que cada frasco contenía una historia, un testimonio de perseverancia y respeto por las costumbres que sus antepasados habían forjado.
En la actualidad, Manuel Barrueto, hijo de Florentino y Berta, junto a su esposa María Lara, han decidido dar un nuevo impulso a este legado. Manteniendo la esencia artesanal y el carácter tradicional que distingue a su familia, están desarrollando un proyecto turístico que busca no solo comercializar los productos derivados de la apicultura, sino también educar a las nuevas generaciones y visitantes sobre la importancia de preservar este valioso patrimonio cultural.
Además de la apicultura, Manuel y María han incorporado al proyecto el cultivo de arándanos y frambuesas, así como la plantación de árboles nativos, como el quillay el canelo el avellano, entre otros, pero todos muy presentes en la cultura mapuche, añadiendo valor y sostenibilidad a la iniciativa. Así, lo que comenzó como una forma de sustento en 1935, hoy es un ejemplo vivo de cómo el respeto por las tradiciones puede convivir con el desarrollo económico y la innovación.
Este proyecto no solo mantiene vivas las raíces familiares, sino que también ofrece una visión de futuro, donde la naturaleza, la cultura y la sustentabilidad se entrelazan para crear un legado aún más fuerte para las generaciones venideras.

Manuel Barrueto & María Lara

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